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Arte y alquimia andina

Láminas de José María Gutiérrez de Alba (1822 - 1897). Impresiones de un viaje a América (1870 - 1884). Imagen © Banco de la República.

En el curioso libro "Visitantes Extraterrestres en la Antigüedad" escrito por Christine Dequerlor (1), se encuentra una interesante referencia a una antigua escultura de claras implicancias herméticas.

 

La descripción es la siguiente:

 

“En una isla del lago Titicaca, de donde salió Viracocha, se levantaba un templo en honor del dios Sol, representado por una estatua de oro. El emperador Tupac Yupanqui hizo construir, en una isla vecina, en Coatí, un templo a la diosa Luna, cuya imagen fue de plata de los pies a la cintura y de oro hasta la cabeza. Reunidos de este modo, los esposos podrían encontrarse fácilmente en una mística unión”. (Dequerlor; 1979: 123)

 

Aquí encontramos las dos materias clásicas de los alquimistas - en ocasiones tres, según una idea derivada de la Santísima Trinidad que, desde la Alquimia, está compuesta por Mercurio, Azufre y Sal. Ambas materias están representadas por el Sol - Azufre, o el “macho” - y la Luna - Mercurio, o la “mujer”. El estudioso Albert Poisson nos indica que los primeros alquimistas hablaban solo de dos principios: Mercurio y Azufre. Estos son principios opuestos y así: mientras el mercurio es el “alma”, el azufre el corresponde al “cuerpo”; el primero a lo puro, el segundo a lo impuro; el primero representa a la mujer, el segundo, al hombre. De ambos nacía el Rebis - hecho de dos cosas.

 

Posteriormente, los alquimistas empezaron a mencionar un tercer principio que actuaba en la Gran Obra: la Sal. Paracelso explicó claramente la labor de la Sal en el proceso de Metalogénesis o Alquimia. Diremos, por nuestra parte que, si en último término la Sal es la mediadora entre el Azufre y Mercurio, lo es también, y en un momento prematuro, el principio generador de la reacción entre ambas fuerzas.

 

Sin embargo, el Oro y la Plata en los tratados alquímicos a veces representan dos de las tres Medicinas posibles a obtener con la Piedra Filosofal.

 

Ahora bien, las culturas andinas ofrecen más pruebas de un saber de carácter alquimista, especialmente en cuanto a trabajos pétreos. La periodista chilena Malú Sierra (2) nos relata un hecho singular que avala nuestra afirmación:

 

“Cuentan los cronistas que en 1619 encontraron en el lago (se refiere al Titicaca – nota de SFR) un ídolo de piedra con dos caras, una de hombre y otra de mujer; el hombre miraba hacia el nacimiento del sol y la mujer hacia el poniente. Dos gruesas culebras subían desde la base hasta la mano derecha del hombre y la izquierda de la mujer y otras figuras representando sapos los acompañaban. Los investigadores han visto en esta figura la divinidad principal del Titicaca, símbolo del taypi que el lago encarna”. (Sierra; 1991: 204).

 

Lamentablemente no hemos podido recabar información acerca de si aún existe o no dicha escultura. En caso afirmativo, sería un verdadero tesoro legado por nuestros ancestros, que nos permitiría una interpretación más adecuada de su significado. En todo caso, ya que no tenemos una imagen – dibujo o fotografía - de la artesanía amerindia mencionada, nuestra labor hermenéutica se hará solo con las referencias dadas por Sierra:

 

Primero, se hacen patenten las múltiples similitudes que podemos encontrar entre estas construcciones amerindias con el arte llamado “pagano” europeo, y con la Alquimia medioeval. La luna y el sol son dos clásicos principios herméticos, de los cuales ya hemos hecho alusión. Estos elementos hacen referencia a las dos fuerzas naturales por antonomasia: hembra y macho; mercurio y azufre.

 

Segundo, el simbolismo de las serpientes se encuentra en el Caduceo del dios griego Mercurio, el cual es por todos conocido. Desde otra perspectiva, estos seres representan las potencias que los hindúes llaman "Ida" y "Pingala".

 

Por último, un tercer elemento llama la atención: por cierto, son los sapos. ¿Qué tienen que ver ellos con la Alquimia? Mucho, responderemos. Basta estudiar aquel texto de Filalateo donde analiza un trabajo de Geoges Ripley. 

 

¿Curiosidades? ¿Coincidencias? ¿Analogías de una misma Ciencia Universal? Nos inclinamos por la última posibilidad. 

Autor: Omar Rueda

Fotografía © Pérez de Barradas (1943). Arqueología Agustiniana. Fuente: BanRep.

Esta escultura de “San Agustín” representa una madre (por sus rasgos y ornamentos) con su hijo. Lo curioso es que este niño, en las manos de su madre, muestra detrás de su cabeza una cruz. Es una escultura similar a las del símbolo cristiano de la Virgen María con el Cristo niño o a las de Isis con su hijo Horus. Pero la estatuaria de San Agustín se ha datado mucho antes de la conquista, incluso antes de la era cristiana. 

Notas:

(1) Dequerlor, Christine. (1979). Visitantes Extraterrestres en la Antigüedad. Javier Vergara Editor. Buenos Aires.

(2) Sierra, Malú. (1991). Donde Todo es Altar: Aymaras, los Hijos del Sol. Editorial Persona, Santiago de Chile.